Gómez Pereira
Para tratar debidamente de este célebre médico, se necesitaría un libro, y voluminoso. Su nombre sería el primer motivo de discusión, pues unos le ponen Antonio por delante, Ladvocat y otros franceses, Jorge, pero su verdadero nombre es Gome, como lo dice Menéndez Pelayo y lo creyó también Nicolás Antonio. Para nosotros lo que más interesa es averiguar si fue de Medina.
En la Historia de la Medicina Española, de D. Antonio Hernández Morejón (Madrid, 1843, tomo III, pág. 37), se afirma como probable que fue de Medina; no obstante, en la pág. 41, de su Fray Gerundio, el P. Isla le llama Antonio, en lo que no va bien, y está mejor el Albate Lampillas (tomo IV), que le llama Gómez, pero –sigue diciendo- “no fue inglés, francés, italiano ni alemán, sino gallego, por la gracia de Dios y del Obispado de Tuy, como quieren unos, o portugueses como piensan otros; pero sea esto o aquello, que yo no he visto su fe de Bautismo, al cabo español fue, y no se llamó Jorge”. Yo no digo que en esto vaya mal el P. Isla en su Fray Gerundio de Campazas, pero ¿qué lástima no hubiera tomado la cosa más en serio y nos hubiera expuesto las razones de unos y de otros, porque el Antonio Pereira fue el Padre de Góme; Margarita, su madre, de aquí el nombre de Antoniana Margarita dada a su primera obra, pero si las razones del P. Isla militan por el Antonio. ¿Quién sabe si el padre o el Antonio, podrá ser el gallego y el hijo haber nacido en Medina, porque lo de haber estudiado en Salamanca, tan a mano de esta villa y de ser muchísimos los que le llaman medinense y pocos los que le llaman Antonio, y gallego, sin probar que lo sea, podría decir mucho a favor de Medina. Desde luego afirmo que si fue de Medina, como me sospecho, con tentación a creerlo, no fue de familia medinense, porque el apellido, verdad es que a gallego suena, y en medina no se hallan ecos de él. Chocome, ciertamente, el silencio de Ossorio y Ayllón en asunto de tanta honra y monta para Medina, pero bien creo, que a falta de pruebas terminales, callaron prudentemente y no quisieron tocar este punto. Yo, respetando su opinión, si es que ésta fuese, creo que es hasta un deber de buen hijo de Medina el esclarecer este asunto, y si la pereza o miedo de entrar en el debate pudo hacer callar a los medinenses, debe estricto es del que escribe la Historia de Medina tratar de hacer luz sobre este particular, pues no sería el primer hombre esclarecido que ha visto la luz en medina por acudir sus padres o familia, atraídos con motivo del comercio o ferias de dicha villa, y como tales familias no eran de las conocidas ni solariegas, ni de fecha, pudo pasar inadvertido el hecho de su nacimiento, que es lo que con Pereira ha podido muy bien suceder. Réstame indagar sobre esto, leyendo con detención sus obras, y mucho celebraría encontrar o que se hallase lo que unos afirman como corriente y lo que otros sospechamos, como justo motivo, sin haber encontrado aún la prueba decisiva.
De muchos autores y de muchas historias españolas y extranjeras pudieron tomar para el elogio de Pereira. He aquí lo que de él diceD. Pablo Villanueva, en su Traducción y adición al Renouard (Salamanca, 1871):
“Antonio Gómez Pereira.- Castellano, según unos (de Medina del Campo); gallego, según otros (del Obispado de Tuy). Estudió la Medicina en Salamanca y la ejerció en la ciudad donde se cree que fue natural. Insigne humanista, filósofo y médico, sentó por máxima que en las ciencias humanas a ningún autor se le ha de dar fe si no prueba lo que afirma, máxima que le valió tal reputación y nombradía, que logró, sino obscurecer, el menor anublar la fama de Bacon, de Descartes, de Cardan, de Giordano, de Gasendo, de Newton, de Leibnitz y de tantos otros. Fue el primero que se reveló contra Aristóteles y Galeno, publicando el nuevo sistema de Física contrario al del primero, y descubriendo las faltas de su filosofía. En él sentó nuevos principios opuestos a la materias y formas substanciales que hasta entonces había dominado en las escuelas, quitó el alma a los brutos setenta años antes que lo hiciera Descartes, para convertirles en puras máquinas, como el filósofo francés. Galeno, aristotélico también, había imperado en Medicina por el largo espacio de catorce siglos y nadie se había atrevido a contradecir sus doctrinas, hasta que Pereira lo hizo, acabando con las opiniones del médico de Pergamo en escritos llenos de sólidas y luminosas ideas que forman los eternos cimientos de esta tan difícil como importante ciencia, igualándose en esto a los primeros y más célebres médicos griegos. Con su audacia e independencia, con su talento eminentemente filosófico, concluyó con la tiranía del galenismo, que por tantos siglos había aherrojado a todos los médicos de Europa. Todo cuanto expone en sus obras sobre las fiebres, sobre las flegmasías, sobre la calentura hectica, el tifo y las viruelas, está copiado de la misma naturaleza.
“sydemham ha sido hasta ahora considerado como el primero que definió la fiebre de la siguiente manera: La fiebre es un instrumento de que se vale la natualeza para estirpar los males y restablecer la salud. definición que le ha valido los elogios de Boherhaave y Stoll. Pues bien; un siglo antes escribió nuestro español lo que sigue: Febrem non in alium usum naturae gignit, quam ut per ejus vim superflua quae corpus humanum male afficiunt diffiuentur, aut concoquantur; et cococta per sensibiles corporis meatus patentissimos redditos ob febrilem calorem excernantur et alia naturae humanae incommoda resartiantur.(Tomo II, pág. 52 y siguientes de su obra Antoniana Margarita, impresa en Medina del Campo.) Palabras que revelan lo infundado de los elogios tributarios por su definición al médico inglés, que no ha dicho tanto ni tan bien como el médico de Medina. Decimos lo mismo de la teoría de Stahal sobre el mismo asunto. Antes que el médico de Viena estableció Pereira como causa máxima de la calentura el alma racional, y se maravilló que no se hubiese conocido antes esta idea, que después adquirió tanta boga por haberla apadrinado el médico alemán. Pereira, pues, debe de figurar dignamente al lado de los anteriores, sin que baste el tiempo a ofuscar su nombre, como, por desgracia, ha sucedido con otros sabios profesores que, como é, se separaron de las doctrinas griegas y árabes, seguidas sin examen por la mayor parte de sus compañeros.”
Con mucha más extensión tratan de Pereira, nuestros historiadores de la medicina patria Morejón y Chinchilla, más como este libro no es un tratado de historia médica, prefiero continuar con la festiva frase, pero elocuente, del P. Isla, que sigue escribiendo a continuación de lo arriba transcrito: “Es de pública notoriedad, en todos los estados de Minerva, que este insigne hombre, seis años antes que hubiese en el mundo Bacon de Verulamio, más de ochenta años antes que naciera Descartes, treinta y ocho años antes que Pedro Gsendo fuese bautizado en Chartenier, más de ciento antes que Isaac Newton hiciese los primeros puchericos en Volstrope, en la provincia de Licoln, los mismos, con corta diferencia antes que Guillermo Godofredo, Barón de Leibnit, que dejase ver en Leipsic, envuelto en sus secundinas; digo Padre mío Fr. Gerundio, que el susodicho Antonio Gómez Pereira, muchos tiempos antes que estos patriarcas de los filósofos neotéricos y a la papillota levantasen el grifo contra los podridos huesos de Aristóteles, y saliesen, uno con su órgano, otros con sus átomos, éste con sus torbellinos, aquél con su atracción, el otro con su cálculo y todos refundiendo a su modo lo que habían dio los filósofos viejísimos; ya nuestro español había hecho el proceso al pobre Estagirita, había llamado a juicio sus principales máximas, principios y axiomas, habíalos examinado con rigor y con imparcialidad, y sin hacerlo la fuerza la quieta y pacífica posesión de tantos siglos, había reformado unos, corregidos otros, desposeído a muchos y hecho solemne burla de no pocos, tanto, que algunos críticos de buenas narices, son de sentir que Antonio Gómez fue el texto de esos revolvedores de la naturaleza, que ahora meten tanto ruido, pretendiendo aturullarnos; los cuales no fueron más que unos hábiles glosadores, o comentadores suyos, y yo, aunque algo romo y pecador, me inclino mucho a que tienen razón, a lo menos en gran parte, como fácilmente se probaría si mereciera la pena.”
Los extranjeros no se han quedado atrás en los elogios. Eloy, en su Diccionario, Scuderi, Dezeimeris en el suyo, también lo hacen; Bordeu se extiende en lo mismo y de él tomó estas pocas palabras: “Pereira, médico español del siglo XVI, fue uno de los primeros que supo sobreponerse a las preocupaciones reinantes en favor de Galeno. Era en aquellos tiempos la más decidida prueba de valor atreverse a contradecir al tirano u usurpador bajo cuyo cetro gemía la Medicina hacía catorce siglos. Pereira se inmortalizó por haber presentado los inconvenientes de las opiniones galénicas, que habían avasallado a los médicos hasta el punto de que las obras de los más famosos de entre ellos, eran insoportables por la vulgaridad de los elogios dados a Galeno. No era permitido contradecirle, porque había tenido la buena fortuna de juntarse con Aristóteles, que se había hecho el oráculo de las escuelas, aún entre los cristianos.”
“Pereira decía a su vez dando carácter a su doctrina en las ciencias humanas: “A ningún autor se le ha de dar fe, si no prueba lo que afirma.” Cabe, pues, a Pereira la gloria de haber sido también el inspirador de Descartes, y afirma como médico en otro lugar que “aparecen nuevos géneros de enfermedades que no conocieron los antiguos a la manera que vemos nuevos géneros de plantas, frutas y flores, los que frecuentemente manifiestan los jardineros, ingiriendo, trasplantando y acomodando las simientes de éste o de otro modo, y así podemos entender, que lo hace la naturaleza con las semillas de muchos animales.” No es extraño que termine diciendo Morejón: “Gómez Pereira debe vivir eternamente en los fastos históricos, sin que el tiempo ofusque su nombre, como desgraciadamente ha ocurrido con otros sabios profesores, que tuvieron también el docto atrevimiento de separarse de las doctrinas, tan ciegamente seguidas de los griegos y los árabes.”
Son varias las ediciones que se han hecho de la Antonina Margarita. La primera en Medina, la segunda en Francfort, la tercera, en Madrid. No menos importante en su obra de Novea Veterae que Medinae, experimentis et evidentibus rationíbus comprobatae.
La afirmación de Pereira lo que los animales no tienen alma, se exageró en algo del sentido verdadero en que la enunció su autor, y fue la que despertó mas controversia. Miguel Palacios, catedrático de Teología de la Universidad de Salamanca, /véase pág. 763 de este mismo libro) ya publicó sus objeciones a la Antonina Margarita, impresas por Millis, en la misma Medina en 1555. Pereira contestó con una réplica a estas objeciones en 1556, pág. 764.
El distinguido médico medinense, Francisco de Sosa, publicó (impresor Mateo del Canto) su Endecálogo, en contra de la misma Antoniana, que fue el segundo, aunque menos importante aguijón, para que Pereira, en 1558 (pág. 764), publicase la nueva y verdadera Medicina ya citada.
Ayllón cita a Sosa en su tomo II, pág. 456 vuelta, pero diciendo que fue doctor en medina, de fecundo ingenio; calla u omite precisamente todo lo que escribió de Medicina.
Morejón llama al Endecálogo de Sosa, diálogo burlesco o satírico, y aunque como obra de ciencia no esté, ni mucho menos, a la altura de lo que refuta, no por eso deja de tener especialísimo mérito.
Más no prescindimos del orden.
Miguel Palacios, según Pérez Pastor, (imprenta de Medina, pág. 134), señala cinco preposiciones o paradojas, que son los puntos vulnerables de la doctrina de Pereira, que son en resumen: primera, que los brutos carecen de sentido; segunda, que el acto de sentir no es una cosa distinta de la potencia que siente; tercera, que es imposible que los accidentes visibles llegar a la visión; cuarta, el sentido común no es una potencia orgánica, sino que la misma alma es el sentido común, y quita, que debe abolirse la materia. Todo esto había de servir para quilatar y depurar más el mérito de la obra de Pereira en estos tildes o correcciones.
En el título del Endecálogo, ya Sosa, dirigiéndose al libro u obra de Pereira, dice de él:
“En el cual trata muchas y muy delicadas razones con que se prueba que los brutos no sienten”, etc., y dedica su libro al magnífico caballero Diego de Rivera. (Impr., Mateo del Canto, letra griega, 56 hojas sin foliar.- Véase Pérez Pastor, pág. 139 de su Imprenta.)
En este libro, Sosa hace hablar a los animales, tomando querella contra Pereira, porque les ha privado de sentido, y Júpiter sentencia que el libro de Pereira sea sepultado en los infiernos, de donde salió. Que los brutos tienen alma viviente y que son más que plantas y árboles; que Gómez Pereira no disputa más contra el docto Miguel de Palacios, catedrático de Salamanca, y que no se le condena en costas por que basta las que hizo en imprimir dichas vanidades, etc.
Del libro de Sosa algo se puede sacar de lo que nos interesa. En el diálogo que se traen Momo y Mercurio acerca de las opiniones de Pereira (véase Pérez Pastor, pág. 144), dice Memo: “También me hice repaso, por ver por experiencia si era verdad lo que vi leer a un filósofo en Italia, en un libro que me parece se intitulaba Antoniana Margarita. No sé a qué propósito tiene ese título, pues en él no se trata de Antonio ni de Margarita, antes se trata en decir que los brutos no sienten, ni por sí se mueven.
“Mercurio.- ¿Oh Júpiter! ¿Es verdad que has visto ese libro y que en él se trata esa cosa?
“Momo.- Mira si es verdad, Aún de aquí, de Medina, decía el libro que es el autor; por eso vine aquí andando en su rastro.”
Como se ve por lo que subrayo, Sosa afirma que en el libro Antoniana Margarita, al que registraré, dice Pereira ser de Medina. Sosa no lo niega ni protesta, estando rediculizándole, y para mí este silencio de Sosa es un asentamiento a la afirmación de que Pereira es medinense. Si Pereira hubiera sido gallego, ¡vaya si con su frase culta le hubiera sacado un chiste!
Y continuando Momo en su parla y refiriéndose a Pereira y Palacios, sigue escribiendo Sosa en frase de Momo: “Me parece que veo aquel Filósofo de quien agora tratamos, venir hacia los cambios por la Rúa arriba, y aún viene por el otro varón bien sabio, que muchas veces le hace crujir los dientes.”
El Sr. Pérez Pastor, en sus doctas investigaciones, nos ha hecho además entender o conocer algo de la biografía de Sosa, por los documentos que en las páginas 144 y 45 cita de este médico. Los datos que pueden dar luz, tomados por el Sr. Pérez Pastor de los Protocolos de Medina, son los siguientes:
Francisco de Sosa compró a Pedro Azcona unas casas en la plazuela del mesón de Sardón. Escritura de dote del Dr. Sosa dado a su hija Dª. Catalina de sosa, en 9 de Diciembre de 1556. Para casarla con Pero Ruiz.
Partición de los bienes de Dª. María del Río, mujer que fue del Dr. Francisco de Sosa, en Diciembre de 1571.
Se cita otra hija del doctor, llamada Ana de Sosa, casada con García de Zaballos.
Se habla de Juan de Sosa y Quintino de Sosa como hijos del Sosa y de Dª. María del Río, y se menciona aún otra hija, Dª. Leonor de Sosa; poseían, a más de las casas de la plaza del Mesón de Sardón, otra al Paso del Comendador.
Por las descripciones que el Dr. Sosa hace de Italia y África, puede creerse que Sosa sirvió de joven en aquellas guerras y Ejércitos.
En la Nueva y verdadera Medicina, publicada en 1558, Pereira también se dice de Medicum Metymne (médico de Medicina), frase, en verdad, ambigua y que lo mismo puede entenderse de médico natural de Medina que de médico que ejerce en medina, pero es más clara la frase que en el primero de los sentidos.
Nació Gómez Pereira en los primeros años del siglo XVI, de 1500 al 1503. Además de lo que escribió, consta que tiene preparados estudios acerca de otras enfermedades, de que no se había ocupado, y de un proyecto para la elevación de las aguas, que había presentado al Príncipe D. Carlos.
Con respecto al Endecálogo de Sosa, sospecho que no nos queda ejemplar alguno en España. Me alegraría equivocarme, viéndole, pero se me asegura, por persona muy competente, haber sido pagado en un precio fabuloso para los Estados Unidos un ejemplar, al que no se conocía plural. ¡Qué lástima no la copiase íntegro muestro Pérez Pastor!
Las obras de Pereira también van siendo escasas; ya Eloy, en su Diccionario, y a él se refiere Chinchilla en la pág. 369 de si tomo I de la Medicina española, confiesa que en 1730 se dieron por ella 1.600 reales. El inglés Austhein dice haber vendido en el antepasado siglo la Antoniana en 2.280 reales, y Gainat valúa las dos obras en 3.360 reales, y ya que cito a Chinchilla, no quiero omitir algunas palabras de si pág. 370 del tomo citado, en la que, hablando acerca de las dudas de su naturaleza, escribe, tomando sus primeras palabras del Padre Isla: “Unos le hacen de Medina del Campo, otros de Tuy y algunos portugués.” Y sigue en el otro párrafo; Yo creo que todos pueden tener razón, y que no es difícil conciliar sus opiniones… y que sus padres pudieron haber vivido en Tuy y haber venido a Medina del Campo, donde naciera el autor.”